sábado, 23 de mayo de 2020

Capítulo 15.- Deslizándome hacia el dolor


    El día 31 de marzo, en pleno confinamiento, había terminado mi jornada laboral a las 22:00h. Me cambié y tras ponerme mis pantalones de kevlar, mi chaqueta con sus protecciones, los guantes y el casco, me subí a mi amada Negra y me dispuse a regresar a casa mientras el cielo escupía una débil lluvia.
    Ni un km llevaba de trayecto cuando saliendo de una rotonda para tomar la autovía que me levaría a casa, pierdo sorpresivamente la adherencia del neumático delantero, un Continental ContiTrail Attack 3 con menos de 500km. La caída es inevitable. En el suelo me digo "suelta la moto... suéltate de la moto". Lo hago y me veo arrastrándome en una dirección distinta a la Negra, pudiendo ver cómo se deslizaba sobre su costado derecho mientras yo me iba contra el muro de la mediana de la autovía. Me digo "ahí voy, el muro... ¡¡EL MURO!! y de repente el lado izquierdo de mi cuerpo impactó con gran violencia, a la vez que el ruido de una bomba retumbó dentro de mi casco. 
    Me consigo poner en pie, me quito el guante izquierdo y automaticamente me doy cuenta que me he roto algo de la mano. Sí, la misma mano en la que me rompí el escafoides. Corro hacia la moto y consigo levantarla. Tengo el cuerpo dolorido pero anestesiado gracias al subidón que me proporciona la adrenalina. 

    Llamo por teléfono y hago las gestiones para mi retirada y la de mi montura. Ambos tenemos que pasar por el taller. Al llegar al mío me digo "menuda fecha para venir al hospital con la que está cayendo". El trato fue raudo y exquisito por parte de los sanitarios que me atendieron, y tras una radiografía, los pronósticos se confirman.

Comparación de manos

    Me informan que la rotura es muy fea, que el metacarpo del meñique (se encuentra en la palma de la mano) está totalmente astillado y que debo pasar por quirófano. Me operarán a la mañana siguiente, por lo que sólo me queda pasar una noche entre dolores, calmantes y mis propios pensamientos intentando comprender en qué erré. Mi velocidad no era alta, el suelo estaba mojado pero los neumáticos estaban en perfecto estado, y el hecho de que haya sido el neumático delantero el que perdió la adherencia me desconcierta totalmente, sobre todo cuando estaba volviendo a la verticalidad.
    Aparte de la mano, tengo golpes por todo el cuerpo, y aunque el pantalón y la chaqueta hicieron su trabajo evitando grandes quemaduras, sólo pudieron amortiguar en parte los golpes.

  
Estado del casco

Aguantó lo que pudo


A la mañana siguiente entró en quirófano mi amoratado e hinchado cuerpo serrano, y con un torniquete y anestesia local, me recompusieron el hueso, eso sí, con la ayuda de una placa y cuatro tornillos. Salgo de quirófano y tras el postoperatorio me suben a planta. El dolor se intensifica y después de una tarde llena de dolores aliviados gracias a los fármacos, me dan el alta. 
    Llegar a casa se convierte en un alivio. Vuelvo a mi hogar junto a Bea y Arya. Tras una noche en la que sorprendentemente logré dormir del tirón, consigo vestirme y vamos a ver a mi compañera de caída. A pesar de algunos "rascones" se encuentra mejor que yo. Gracias a todas sus protecciones, los daños no pasan de ser estéticos. 

  


    Van pasando los días y lo mío va mejorando pero a una velocidad más lenta de lo que a mi me gustaría. Debido a la gravedad de la lesión, empiezo muy pronto con la rehabilitación. Los dolores siguen. Cada día que pasa de confinamiento es un día de tristeza y de comedura de tarro, intentando auntoconvencerme sin éxito de que me voy a recuperar del todo.
Así día tras día hasta el día de hoy. Ya han pasado casi dos meses y aunque estoy mucho mejor, no me encuentro recuperado del todo. he perdido mucha fuerza en la mano y algo de movilidad. 
Os dejo la evolución de mi mano 


Primera semanaSegunda semana

Tercera semanaQuinta semana



    Mi rehabilitadora me dice que no me preocupe que me voy a quedar igual de bien, que va a conseguirlo cueste lo que cueste. Si lo logra, lo veremos en el próximo post, y si no, me veré obligado a vender a mi amada de dos ruedas y cerrar este blog. 



¿Qué pasará?



viernes, 17 de enero de 2020

Capítulo 14.- A la Mierda Pingüinos.

Desde el mismo día que me compré a la Negra, uno de mis principales objetivos siempre fue el ir con ella a Pingüinos. Sin duda es la concentración motera invernal más importante de toda Europa. Este era el año, y tanto a Bea como a mi, se nos llenaba la boca con “Pingüinos por aquí, pingüinos por allá”, así que cuando pusieron las entradas a la venta, las compramos online y pedimos los días en el trabajo. “Va a ser maravilloso, lo vamos a pasar en grande”

Un mes antes empezamos con los preparativos. Lo primero: hotel, ya que no queríamos dormir en tienda de campaña al raso. Bastante frío he pasado en mi época de scout, como para repetirla. La previsión para esos días era de mínimas hasta los -6°C. Encontramos una habitación doble a muy buen precio en Palencia, ya que en Valladolid estaba casi todo lleno, y lo que estaba disponible, tenía unos precios desorbitados. Una vez reservada la habitación lo siguiente era prepararnos para soportar el frío. Guantes, verdugos, parches de calor, pantalones interiores de neopreno, camisetas interiores térmicas... y un sinfín de prendas preparadas para hacernos sobrevivir todo un invierno siberiano. 

Nuestras consentidas también tuvieron su ración de chuches: sendas bolsas cubredepósito, para poder llevar más cosas a la concentración. 


Llegó el gran día. Viernes 10 de enero. Bea terminó de trabajar a las 14h y tras llegar a casa, darse una ducha y. vestirse con más capas que una cebolla, arrancamos nuestras máquinas para que fuesen entrando en calor mientras las rellenábamos con nuestros enseres. 
Iniciamos viaje por autovía ya que necesitábamos llegar lo antes posible y a poder ser, aprovechando las horas de sol. Nuestra primera parada tras varios kilómetros bajo la lluvia fue Vitoria. 8°C. Sendos cafés nos alegraron el cuerpo mientras nos apoyábamos en la barra del bar de un área de descanso. La gente nos miraba como extraterrestres. “Menudos zumbados” pensarían con razón. 

Poco estuvimos allí y continuamos viaje. Cada minuto de luz, era un minuto que había que aprovechar. Y así hicimos hasta que Lorenzo se despidió de nosotros justo antes de llegar a Burgos. Hasta aquí, habíamos sufrido varios tramos lluviosos y la temperatura había bajado a 3°C. Estábamos resistiendo.bien el viaje, pero el frío ya se notaba en la punta de nuestros dedos, tanto de las manos como de los pies. Otro par de cafés en el Área Serrano de Buniel y algo de conversación con un simpático camarero, nos hizo entrar en calor durante un rato. Seguimos ruta y llegamos a través de la interminable A62, y con 0°C (ni frío ni calor) a nuestra habitación de Palencia. Buena habitación y buen baño, nuestro hogar hasta el domingo. Descargamos nuestras maletas, y las ordenamos ayudándonos de un buen armario empotrado, situado a los pies de nuestras camas. 
El nerviosismo aumentaba. Queríamos llegar ya a Valladolid, y tras otra media hora de ruta, al fin llegamos a nuestro objetivo. Ya estábamos en Pingüinos. Olor a leña quemada por doquier. Hogueras y humo dibujaban el paisaje. Misión completada. 





Aparcamos nuestras monturas en una zona de barro seco, y tras una larga cola, presentamos nuestras entradas acompañadas de sendas y enormes  sonrisas a dos chicas de la organización, a cambio de dos bolsas blancas en las que se encontraba el “kit pingüinero”. Sin abrirlas fuimos a cenar junto con gente del grupo de Telegram “chicas moteras” del que forma parte mi media naranja. Lo mejor de la cena sin duda la comida. Hasta ahí puedo escribir del evento. Terminamos de cenar y volvimos a coger la moto para disfrutar de la “nochevieja pingüinera”. Entonces abrimos las bolsas, y cuál sería nuestra ingrata sorpresa, que en una había menos cosas que en la otra. Faltaba un bolígrafo, una pegatina y un par de folletos de publicidad (estos últimos nos daban igual). Lo que sí había era un par de pines, más pegatinas, más publicidad y lo más importante, una braga de cuello tubular para ayudar a superar el frío, una cartulina con diferentes cupones (desayunos, caldo pingüinero, almuerzos...) y una acreditación amarilla para poder acceder al recinto cerrado donde se celebraba el evento. “Mierda, culpa nuestra por no revisar las bolsas allí mismo”. 

A las 00:00h íbamos a asistir a la nochevieja pingüinera, una especie de nochevieja donde se celebra la entrada del “Nuevo Año Motero”. Las famosas uvas se sustituyen por doce piñones (Pingüinos se hace en un pinar a las afueras de la capital Vallisoletana) y posteriormente se brinda con cava o champán en unas copas que, junto con los piñones, te dan a cambio de uno de los cupones de la cartulina anteriormente expuesta. 
Hasta aquí todo correcto, o casi todo, pero cuando entregamos los cupones, nos dieron las copas de barro totalmente vacías, por lo que pregunté sobre los piñones. La respuesta por parte de uno de los designados en repartirlos fue arrogante y chulesca “No hay porque no quedan”. Me quedé con cara de idiota y me repitió “pues eso, que no quedan”. Si me pinchan, no sangro. “Coño, ¿y para qué cojones pago yo la inscripción? ¿Para que encima de no darme los piñones, me vacilen en mi puta cara?” me digo a mi mismo todo enfadado. Ya no tenía frío. El payaso ese me había calentado pero bien. Bea me preguntó qué me ocurría y se lo expliqué calmadamente. Más me cabreé al ver su tristeza reflejada en su rostro. “Vamos a asistir a las campanadas sin piñones. Cojonudo.”
 Bea me quitó de las manos las copas de barro y me dijo, “Bueno, no te preocupes, voy a que me rellenen las copas de cava para brindar”. Algo es algo. Mientras tanto, me quedé pensativo en cómo era posible que no hubiese piñones. Al cabo de un rato, vuelve con cara de pocos amigos. Me dice que ha ido donde otro de la organización a que le llenase las copas, y que le había echado un chorro de nada en una de ellas, y al decirle que le echara en la otra copa, encontró por respuesta “reparte lo que te eché con la otra copa”. Buahhhhh qué cabreo. Qué mala ostia. Qué chulería se gastan por aquí. 
Empiezan los cuartos. Bea y yo con cara de póker. Empiezan las campanadas. Bea y yo con cara de mala uva. Miro a mi alrededor y no somos los únicos sin piñones. Muchísima más gente con cara de querer asesinar a alguien. Terminan las campanadas, brindamos y nuestros labios se mojan en un liquido dulce. Sólo da para mojarlos. No pudimos saborearlo. Es el día de hoy que no sabemos si era cava o champán. “Qué puto desastre. Menuda mierda”, nos decimos. Nos volvimos a la habitación a dormir. “Mañana será un día mejor” Ilusos..

Amanece un nuevo y gélido día. 10am y temperatura de 2°C. Había helado durante la noche por lo que hubo que quitar un poco de hielo de los asientos. 

Por lo menos Lorenzo estaba ahí iluminando el día. Un par de cafés acompañados de dos cruasanes fueron nuestros desayunos. Otra vez rumbo a Valladolid, esta vez al centro de la ciudad para ver el desfile de banderas. Al llegar nos fue sencillo aparcar, pero lo que no fue nada fácil, fue el poder ver el evento debido a la gran cantidad de gente y de motos que desfilaban y que intentaban estacionar en cualquier hueco. Al menos pudimos ver alguna que otra joya sobre ruedas. 




Tocaba almorzar por lo que fuimos con el cupón en la mano a ello, y cual fue nuestra sorpresa que entre la comida y nosotros, nos separaban unas colas interminables de gente hambrienta. Las colas apenas avanzaban , exactamente todo lo contrario que nuestro hambre, por lo que decidimos irnos de allí y comer en algún bar. Al final aparecimos en la calle Zorrilla comiendo en el bar El Manantial a base de platos combinados y raciones. Eso sí, nos pusimos las botas a buen precio. 

Sin dejar hacer la digestión volvimos al recinto para apuntarnos a la actividad que más ilusión le hacía a Bea: el desfile de antorchas. Iba a desfilar como mi paquete, con la antorcha en la mano, como forma simbólica de recordar a todos los moteros fallecidos. Ella es una persona muy sentimental, y participar en el desfile suponía para ella algo muy especial, casi mágico. A ello había venido. Junto con la nochevieja motera iban a ser los dos actos más importantes de toda la concentración. Lo cojonudo viene ahora: Nos acercamos a apuntarnos a la ventanilla de la organización y nos recibe un gran cartel en el que podía leerse “NO QUEDAN ANTORCHAS”. La cara de Bea se desfigura completamente. Se pone roja de ira. Si en esos momentos le hubiese dado un cigarrillo, lo hubiese prendido sin necesidad de fuego. Me mira y automáticamente sé lo que me va a decir. Ya no aguanta más pitorreos. Está harta. Ha pagado y está pasando frío para nada. Decepción máxima. Decidimos irnos, no sin antes tomarnos una caña, pasarnos por los stands y así llevarnos un par de recuerdos, con los que decir que hemos venido, además de alguna foto. 



Bea se compró un gorro con la cabeza de un pingüino y yo una pulsera. Participamos en un evento de GIVI en el que nos regalaron algo de merchandising y nos retiramos poniendo rumbo al calor de nuestra habitación. No nos quedamos ni al concierto y eso que tocaba ni más ni menos que Mago de Oz.  ¡Al carajo el mago, Dorothy y todo el mundo de Oz!
Durante el viaje de regreso a Palencia, me comenta Bea que empieza a encontrarse mal, helada. Al llegar a la habitación empieza a tiritar sin parar. Parece que también tiene algo de fiebre.  Definitivamente ha cogido una hipotermia. Tras tratarla a base de duchas de agua casi hirviendo y arroparla con un par de buenas mantas, consigue volver a entrar en calor. Él Ibuprofeno también ayuda.  Una vez recuperada, o casi, nos quedamos dormidos como dos niños pequeños tras un día intenso. 

Amanece el domingo. El hora de regresar. -4°C en el termómetro. Niebla por doquier. El pesimismo impera desde el día anterior pero intentamos hacer jolgorios a base de quitar la capa de hielo que vestían nuestras motos.



 Cargamos nuestras cosas, desayunamos y ponemos rumbo a Pamplona. Como podéis imaginar, al circular con esa temperatura, la niebla no era tal, sino hielo en suspensión, que fue rápidamente pegándose a nuestras motos, a nuestra ropa y a nuestros cascos, obligándonos a parar en repetidas ocasiones, no sólo para entrar en calor, sino para poder retirar las capas de hielo pegadas a las pantallas de los cascos y así poder ver la carretera. 

Varias paradas y más de 250km después, estábamos en casa. Habíamos superado Pingüinos. Una experiencia para olvidar. Nos sentamos en la comodidad que proporciona el sofá de nuestro salón. La TV habla de que este año Pingüinos fue todo un éxito. Casi 34000 inscritos. Bea y yo nos miramos con caras cómplices. “A la mierda Pingüinos” me dice. Yo asiento con la cabeza. 



sábado, 16 de noviembre de 2019

Capítulo 12+1.- Postureo por suelo francés


Estoy mirándome fijamente al espejo del ascensor de mi edificio mientras bajo al sótano. Me quedo absorto observando al extraterrestre que tengo delante de mi. Casco puesto, guantes, llaves en el bolsillo, teléfono móvil, pernera... -Bueno, si me olvido de algo volveré a subir a casa - me digo. El que no tiene cabeza tiene piernas.

Me subo a lomos de mi Negra. Tiene la cara sucia por lo que tras comprobar niveles y arrancarla, me pongo dirección al lavadero. Desengrasante, jabón y pistola de aire para secarla junto con una buena cera, consiguen dejar a mi consentida como recién matriculada. Compruebo presiones y salgo rumbo al Iriguibel donde tras pedir un café solo, una cómoda silla de mimbre situada en la terraza aguanta mi peso.
He quedado con Agus y como siempre llega un pelín tarde, asi que mato la espera saboreando el delicado chocolate de una mini magdalena de chocolate de la marca "La Abuela Lupe", hechas en mi anterior destino, Briviesca, localidad burgalesa donde residí ocho años.
Tras varios minutos, un estruendo ronco se acerca. Agus ya viene a lomos de su Ducati Multiestrada. Aparca y pide una infusión. Mientras la saborea, conversamos sobre el trayecto que vamos a hacer. Como nuestros gustos viales son muy parecidos, enseguida decidimos irnos a disfrutar de las carreteras pirenaicas franco-españolas. Volvemos a subirnos a nuestras monturas no sin antes enlazar nuestros intercoms y ponemos rumbo norte a través de la N-135. Circulamos a buen ritmo dando buena cuenta de todo el tráfico que nos vamos encontrando. A medio camino de llegar a Zubiri, un ciclista que circula en sentido contrario se asusta ante tanto ruido y nos hace gestos increpándonos, dándonos a entender que circulamos muy rápido.

 Nada más lejos de la realidad. Estamos circulando a velocidad legal y segura, sobre todo segura. Agus y yo nos reímos y comentamos la jugada a través de las ondas bluetooth.

Seguimos hasta llegar al desvío hacia la NA-138. Ahora empieza lo bueno, carretera estrecha con innumerables curvas cerradas, vamos, el sueño de cualquier motero que se precie. Kilómetro a kilómetro vamos dando cuenta de ellas, pasando paralelos al embalse de Eugi. A pesar de estar en verano, el agua se encuentra a muy buen nivel. Curva a curva, la carretera nos lleva hacia la Real Fábrica de Armas de Eugi (o lo que queda de ella) y posteriormente por Quinto Real, donde la flora nos rodea en toda su magnitud mientras nuestras monturas se deslizan al lado del río Arga.

Antes de llegar a la frontera tenemos que esquivar varios equinos y vacas que pululan por el medio de la vía. Es lo que hay en estos lugares. Los animales aquí son los verdaderos reyes de la zona. Pasto y agua por doquier, buenas sombras en verano y buenos cobijos en invierno. No necesitan nada más.
-Ya estamos aquí, hemos llegado a la frontera -nos decimos mientras los Pirinéos franceses se muestran ante nuestros pies. Es hora de la foto de rigor con el cartel fronterizo. En el horizonte esponjosas nubes sobrevuelan verdes y luminosos valles. 

Iniciamos descenso por la D58 y al llegar a Aldudes ponemos rumbo Norte usando la D948. Ahora rodamos paralelos al Nive des Aldudes, río de aguas cristalinas cuyo recorrido termina en Bayona. La carretera se torna ancha, con largas curvas sobre un asfalto espectacular por lo que le damos un poco más de giro a la oreja derecha de la moto. Agus parece que circula sobre raíles, tumbando en cada curva de forma magistral y estable. A mi no me queda otra que intentar seguir su rodada intentando imitarle. 
Tras varios minutos de disfrute, hemos llegado a Saint-Étienne-de-Baïgorry, un precioso pueblecillo, muy bien cuidado, el cual atravesamos dejando a un lado la Iglesia de San Esteban y un precioso y estrecho puente de estilo romano, el cual luce un cartel anunciando el paso de la Vuelta Ciclista a España 2019 por allí, justamente una semana después.



Nos paramos al otro lado del puente para no molestar a varios jóvenes que jugaban en el frontón del pueblo, y así hacernos una pequeña sesión de postureo fotográfico y audiovisual.





Tras ese ratito para expandir, empezamos a subir por la D949, carretera estrecha con curvas reviradas, teniendo excesivamente cuidado con los camiones y autobuses que nos encontramos en sentido contrario. Seguimos con excesivo cuidado, disfrutando de los paisajes que se alzan ante nosotros. 






Decir que son majestuosos es dejarlos en mal lugar. Unos valles verde intenso junto con altas montañas bañadas en la luz de este día tan despejado, nos acompañan hasta el Alto de Izpegui, donde volvemos a entrar en territorio español.

Ahora toca bajar. La carretera pasa a tener peor firme, y estrechas curvas de herradura se van sucediendo durante todo el descenso. Así hasta llegar a la localidad de Ordoki, donde vemos un bar con terraza. Es hora de hacer otra parada, esta vez para repostar nuestras gargantas gracias a un par de sabrosas cervezas mientras nos "echamos unas risas".

Media hora después va siendo hora de poner rumbo a casa y tras montarnos en nuestros corceles, vamos dando cuenta del tráfico a través de la N-121B y posteriormente de la N-121A, adelantando a todo vehículo que nos precedía. Así poco a poco hasta volver a llegar a Pamplona. Ya está oscureciendo y la tranquila terraza de "La Envidia Cochina" nos regala otro buen momento de conversaciones épicas, y buen caldo de cebada regando nuestras entrañas, mientras que nuestras chaquetas moteras lucen expuestas en el respaldo de las sillas que ocupamos. Somos moteros, somos otra raza, somos cortadores de vientos, escaladores de rutas asfálticas, retumbadores de momentos pacíficos, jinetes de la libertad... y bien orgullosos estamos de ello. Ya por último tras despedirnos, llego a la tranquilidad de mi garaje. Mi negra vuelve a tener la cara sucia. Habrá que lavarla mañana. Le doy una caricia a su depósito mientras desmonto, me quito el casco y me despido de ella con una sonrisa de oreja a oreja. La mejor compra que pude hacer. De eso no cabe duda, si no que se lo pregunten a mi cara de felicidad mientras me duermo pensando en ella.

miércoles, 31 de julio de 2019

Capítulo 12.- El crematorio y un castillo inútil.

Bea me indica que esla hora de despertar. Son las 09:00 de la mañana y había llegado de trabajar a las 06:30. Tan sólo había dormido dos horas y mal debido al excesivo calor. Durante toda la semana estuvieron indicando en los noticieros que hoy iba a ser el día más caluroso de la ola de calor que estábamos sufriendo en Navarra. Casi nada. Intento desperezarme mientras me autoconvenzo de que tengo que estar muy chiflado para marcarme ahora una ruta "de las de todo un día". La ducha apenas me despierta. Necesito una generosa dosis de cafeína en sangre de manera urgente. Tras engalanarme con el traje motero al completo, y bajar al garaje, le doy un beso a la Negra mientras le susurro un "¡vamos campeona!". El rugido de su escape le da instrucciones a Bea de que es el momento de que suba a su sofá trasero. Salgo del garaje y nos encontramos con nuestro vecino Samuel. Él vive en el piso superior al nuestro y también cabalga una preciosa BMW  R1200GS pero de refrigeración líquida.
Ponemos rumbo al bar del hotel Iriguibel, base de muchas quedadas moteras. Al llegar nos damos cuenta que, a pesar de haber llegado un par de minutos tarde, somos los primeros. Tras la barra, nos sirven el desayuno cafeínico que tanto estaba ansiando, acompañado de una pequeña magdalena.
Poco a poco llega Ismael, el hijo de un compañero de trabajo, a lomos de una Yamaha tipo chopper, también Pancho con su plateada R1150RT y por último Envidiada transportando a Vane y a Pedro.
Tras el desayuno vamos a atracar un cajero cercano y ponemos rumbo por la autovía A-21 hasta la salida de Liédena. Desde ahí la NA-127 nos introduce en territorio aragonés, exactamente en Sos del Rey Católico, lugar de nacimiento del Rey Fernando de Aragón. ¡Lugar histórico donde lo haya! Allí nos damos de nuevo la vuelta, desrodando lo rodado, y desviándonos hacia la A-1601, carretera (por llamarle algo) llena de baches parcheados de mala manera. La Negra abre camino como puede al resto del grupo. Pienso en lo que debe de estar sufriendo Ismael a lomos de esa montura diseñada para carreteras de buen firme y amplias curvas, pero por la velocidad que llevan, observo que los que peor lo están pasando son Vane y Pedro. El traqueteo constante sumado al calor axfisiante que se va agudizando minuto a minuto, a lo que también hay que sumar la inexperiencia a lomos de Envidiada (es el día después de estrenarla), hacen que circulen bastante más lento que la Negra. En algunos tramos he de parar para esperarles, volviendo enseguida a dejarlos atrás. Tomamos desvío hacia la comarcal A-2602 cruzando varios pueblos como Undués, Pintano, Bagüés, Larués y justamente al llegar a Bailo, el GPS le juega una mala pasada a Bea (toda la culpa es de Bea... un abrazo cariño, te quiero 😜) y me dirige dirección sur por la A-132. Después de 15 minutos circulando con un aire que parece transportarnos al interior de un horno crematorio, caigo en la cuenta del error. Doy la vuelta y conmigo el resto del grupo. ¡Vaya cagada! Le pido a Samuel, el cual conoce la zona mejor que Bea y su GPS, que nos guíe hasta Puente la Reina (de Jaca, no confundir con el pueblo de Navarra con el mismo nombre). Allí Samuel reposta su vaciado depósito (llevaba un sinfín de kilómetros en reserva) mientras que el resto del grupo consigue llegar a la barra del Mesón de la Reina y pedir unas buenas cervezas y refrescos varios para los "sanotes" de la expedición.


Ya es tarde para comer en un pueblo pasado Huesca, objetivo final de la ruta, por lo que se llama para hacer reserva en un local de Loarre. Ponemos rumbo de nuevo por la A-132 esta vez dirección sur. Lorenzo aprieta cada vez más por lo que decidimos Bea y yo prescindir de nuestras chaquetas, quedándonos en manga corta, eso sí, habiéndonos aplicado aceite solar previamente para no lamentar luego quemaduras.

Al poco rato de salir me doy cuenta de que una cerveza no había sido suficiente, tenía que haberme bebido medio mesón para hidratarme correctamente. Para más inri  nuestras rodadas llegan al Embalse de la Peña, donde un sinfín de "peña" estaba disfrutando de sus aguas turquesas. La envidia nos corroe, podíamos parar, pero de hacerlo, llegaríamos tarde a comer. El paisaje alrededor no deja de ser un secarral, pero un secarral con encanto. De repente, en medio de la ruta nos sorprende un puente de hierro. La sensación de cruzarlo en moto se vuelve indescriptible y pienso "¡oh my God, que #### pasada! ". Samuel no se puede resistir y se pone de pie mientras lo cruza. Yo no voy a ser menos y le imito. Momentos como éste son por los que merece la pena haberme comprado la moto. El puente termina sobre la presa, unido a un irregular y corto túnel excavado en la roca. Seguimos rumbo sur paralelos al río Gállego, el cual nos acompaña durante varios kilómetros para enseñarnos los expectaculares Mallos de Riglos, lugar predilecto para muchos escaladores por sus geometrías y por su situación privilegiada. Llegamos a Ayerbe, y tomamos la A-1206 que nos traslada a Loarre. Al fin hemos llegado. ¡Menudo calor!. Intentamos estacionar a la sombra al lado de otras motos que hay en el lugar y nos dirigimos al chiringuito de la piscina municipal para hidratarnos a base de cervezas y de refrescos sanos.

Con el calor que hace, la sombra no es suficiente para refrescarnos y se nos pasa por la cabeza tirarnos vestidos a la piscina, o desnudos. Da igual, pues lo importante es no morir derretidos.
Es la hora de comer y nuestros pasos se dirigen a Casa O'Caminero, donde un ventilador y más bebidas refrescan nuestros gaznates. Entramos al comedor y un simpático camarero con rastas en el pelo nos atiende con gran profesionalidad.

Mientras los generosos platos van llegando a la mesa, risas y anécdotas sobrevuelan el ambiente.








Comemos el postre como podemos, ya que no queda mucho espacio para ello y lo acompañamos de café.
Ya empieza a ser tarde para visitar el Castillo de Loarre y volver para Pamplona, por lo que nos apresuramos a arrancar nuestra máquinas y tras un pequeño recorrido por una estrecha carretera conseguimos llegar al castillo.
En el parquing varios árboles nos ofrecen lugar para aparcar a la sombra, sobra que aprovechamos muy gustosamente. Las motos quedan aparcadas en fila india, como si de gusanos de procesionaria del pino se tratara.
Acercamos nuestros andares a una tienda próxima al castillo para obtener las entradas de acceso. Casi 5€ por entrada, casi nada, pero no vamos a decir que no después de sufrir tanto por haber llegado hasta allí.
Adquiero también una pegatina de Aragón y otra del lugar para engalanar las maletas de la Negra.

Nos acercamos a la fortificación y las vistas nos asombran.
Ante nosotros se mostraba toda una gran llanura, todo un gran secarral hasta la línea del horizonte. El castillo se encuentra totalmente cuidado y restaurado. Lo curioso es que este castillo se empezó a construir para atacar desde allí a los musulmanes, pero al ser terminado, la reconquista ya se situaba a muchos kilómetros al sur, por lo que se puede decir que ha sido un castillo estéril, apenas se usó. 
Un gran portón y unos cuantos escalones nos llevan al interior de una iglesia. Allí ya el calor es cosa del pasado gracias a las corrientes de aire que hay por toda la construcción. Hacemos fotos, fotos y más fotos de todo cuanto nos rodea. No voy a describir la fortificación pues puede verse en todas estas fotos.























Acabamos la visita y volvemos a hidratarnos en el bar de la tienda del castillo, pero las altas temperaturas pueden con todo y nuestras bebidas no son suficientes para refrescarnos, por lo que se decide rodar ya dirección a casa.


Curva tras curva conseguimos llegar empapados de sudor hasta una gasolinera de Repsol en Ejea de los Caballeros. Todos repostan menos la Negra. Sus 33l otorgan una autonomía brutal y todavía le quedan litros y litros de diversión para llegar a casa.

Allí aprovecho para comprar una botella grande de agua fría, beber y echarme parte por encima para refrescarme el cuerpo.


Vane y Pedro no pueden más y se despiden de nosotros poniendo rumbo por la vía más rapida hacia la comodidad de su habitación de hotel en Pamplona. Nosotros lo hacemos por otra dirección, pasando próximos a Tudela y a las Bárdenas Reales. La temperarura no da tregua a pesar de encontrarnos ya en las últimas horas de la tarde.

Pasamos Olite y al poco nos detenemos en un bar de temática Western donde Pancho nos presenta a su mujer con la que había quedado. Nos sentamos a la sombra de la terraza, pedimos más bebidas y casi al acabarlas, volvimos a ver pasar a Pedro y a Vane dirección Norte por la carretera enfrente nuestra. Parece que la ruta rápida por la que habían ido, no lo había sido tanto. O eso, o habían realizado alguna parada técnica. 

Un abrazo y dos besos después a modo de despedida de Pancho y de su "parienta" volvimos a retomar la N-121 que nos transportó a la cuenca de Pamplona. Allí nos desviamos de la trayectoria que Ismael llevaba para volver a su casa. El claxon y el adiós con las manos nos separaron. Ya estábamos muy próximos a casa y tras entrar en el garaje, nos despedimos de Samuel hasta la próxima aventura.